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San Valentín y la mitología clásica

Millones de personas celebran cada 14 de febrero el Día de San Valentín, siendo sin duda una de las festividades más populares relacionada con el amor. Tradicionalmente, durante este día las parejas expresan su amor con toda clase de obsequios, regalos o celebraciones románticas. Pero para conocer un poco más sobre el origen de esta conmemoración, es preciso que acudamos a la mitología y más concretamente a la griega o la romana, en la que hay un personaje que cobra un protagonismo absoluto: Eros o Cupido. Sin embargo, no podemos olvidarnos de otras figuras menos conocidas y también vinculadas a este día de los enamorados, como por ejemplo Anteros, hermano de Eros o la fiesta Lupercalia que se celebraba en la Antigua Roma.

La conexión entre Cupido y San Valentín es muy estrecha. Este personaje suele ser plasmado como un niño con alas, a menudo con los ojos vendados para simbolizar la ceguera del amor y portando un arco con flechas, las cuales dispara a las parejas para que se enamoren profundamente. Además, su representación, sin dicho arco, suele emplearse también como modelo de muchos ángeles.

Según la mitología griega, Eros era considerado el dios del amor, el deseo y la atracción sexual, siendo venerado como una de las deidades de la fertilidad. Eros era hijo de Afrodita y Ares, es decir, la diosa de la belleza y el dios de la guerra, respectivamente.

Cupido portaba en su espalda dos tipos de flechas: unas con plumas de paloma de color dorado que provocaban el amor instantáneo y otras con plumas de búho de plomo que causaban indiferencia.

Anteros

Aunque es poco conocido, Eros tenía un hermano, Anteros, con una apariencia similar. Era la personificación del amor correspondido, y vengador de los amores no correspondidos. Las diferencias con su hermano Eros son principalmente dos: en primer lugar, su aspecto. Se le solía representar como un bello joven de larga cabellera con alas de mariposas y algunas veces con flechas y un arco. En segundo lugar, la más valiosa, si Anteros era el amor correspondido, Eros era el amor no correspondido y unilateral. Por ello, casi siempre que nos referimos a Eros como dios del amor en un día tan señalado como San Valentín, en realidad deberíamos hacerlo a Anteros.

Por su parte, los romanos adoraban a Cupido – hijo de Venus y Marte– como dios del amor. A diferencia de su homólogo griego, Cupido podía llegar a ser muy cruel con algunas de sus víctimas, ya que consciente de su poder, se permitía el lujo de rechazar a veces las peticiones de su madre Venus y del resto de dioses para interferir en la vida de los mortales, provocando de este modo serios problemas a los dioses.

Cupido y Psique

Como ya hemos dicho, Cupido tenía la capacidad de enamorar a dos personas entre ellas con sus flechas, pero él también vivió en sus propias carnes el amor. Como nos narra Apuleyo en su obra “El asno de oro” en el siglo II d.C.

De una lejana tierra, dos reyes tuvieron tres hijas. Psique era la menor y también la más bella y no encontraba marido porque ningún hombre se consideraba  merecedor de estar con ella. Psique era tan hermosa que se le llegó a llamar segunda Venus, provocando los celos de la madre de Cupido. Venus le pidió entonces a su propio hijo que le lanzara flechas para que se enamorase del hombre más feo del universo. Sin embargo, Cupido quedó tan cautivado al verla que lanzó su flecha al mar.

Cupido, contraviniendo los deseos de su madre, se casó con Psique pero con la condición de que como ella era mortal, tenía prohibido mirarlo. Fueron felices, hasta que la curiosidad de Psique, inducida por la envidia de sus hermanas, le llevó a acercar la luz a Cupido con tal de ver a su amado. Como castigo por haber incumplido la condición de no mirarlo, Cupido la abandonó.

Psique entonces se dedicó a deambular por el mundo perseguida por la cólera de Venus que seguía enfurecida ante tanta belleza. Ningún dios la quiso acoger y finalmente cayó en manos de la diosa, quien la encerró en su templo y la atormentó, encomendándole tareas imposibles. En uno de esos castigos, Psique debería descender a los infiernos en busca de Perséfone, reina de los infiernos, para rogarle que le diera un poco de su belleza dentro de un cofre. La joven cumplió con dicha tarea pero la curiosidad pudo nuevamente con ella, y atraída por el deseo de agradarle más a su amado, cuando abrió el frasco quedó sumida en un profundo sueño.

Mientras tanto, Eros sufría infinitamente porque era incapaz de olvidar a Psique. Cuando se enteró que su amada estaba sumida en un sueño profundo, no lo pudo soportar más, voló hacia ella y la despertó de un flechazo; después subió al Olimpo para rogar a Zeus que le permitiese casarse con ella aunque fuese una mortal. Zeus se apiadó de Eros y otorgó la inmortalidad a Psique, adquiriendo en ese instante unas alas de mariposa. Fruto del matrimonio entre ambos, nacieron las llamadas tres Gracias: Castitas, Voluptas y Pulchrito.

Mito de Apolo y Dafne

En la mitología griega podemos encontrar una desdichada historia de amor que tiene como personajes principales a Apolo, Cupido y la ninfa Dafne.

Apolo, hijo de Zeus y Leto y hermano de Artemisa, diosa de la caza, era considerado como el dios de la profecía, de la curación, de la música y, en general, de la armonía y lo sublime. A lo largo de su trayectoria amorosa había tenido varios romances tanto con mortales como con ninfas y diosas.

Un día el dios se burló de Eros, que se encontraba practicando con su arco. Éste, al sentirse humillado por Apolo, decidió llevar a cabo su venganza. Cuando Apolo se encontraba en el bosque cazando, vio a lo lejos una bella joven llamada Dafne, que en realidad era una ninfa.

Eros aprovechó para disparar dos flechas. La que disparó a Apolo era de oro, lo que provocaba un apasionado amor. Sin embargo, la de Dafne era de plomo, cuyo efecto era exactamente el opuesto, sentir odio y repulsión hacia el dios que se había enamorado perdidamente de ella.

Apolo entonces decidió ir tras los pasos de Dafne hasta conseguir su amor, pero la ninfa, bajo los efectos de la flecha de plomo, huía de él. Al llegar al río Peneo, Dafne, exhausta por la huida y cuando Apolo estaba a punto de alcanzarla, pidió ayuda a su madre Gea y a su padre Ladón, que no era otro que el dios del río. Éste, sintiendo piedad y compasión por su hija, decidió convertirla en un árbol, el laurel para que de ese modo pudiera crecer en paz y escapar del dios.

Cuando Apolo al fin alcanzaba a Dafne, vio incrédulo cómo los miembros de su amada iban quedándose rígidos, sus brazos se convertían en ramas, sus pies echaban raíces y sus cabellos se iban transformando en hojas hasta que su cabeza se convirtió en la copa de un precioso árbol.

Afectado por lo que acababa de suceder y pensando en cuánto la amaba, juró que aquel sería su símbolo desde entonces y que las hojas de laurel coronarían las cabezas de los más grandes atletas, poetas, artistas y guerreros.

Lupercalia

Otro antecedente de lo que hoy conocemos como San Valentín, echa sus raíces en la antigua Roma, donde se celebraba el 14 o 15 de febrero la fiesta Lupercalia. Se trataba de una festividad de la fecundidad en honor a Juno, en la que jóvenes de la élite ofrendaban cabras y perros y luego corrían por la ciudad, desnudos y untados en aceite, portando la piel de la cabra hecha tiras y azotando con ellas a las mujeres que se cruzaban en su carrera. Los látigos estaban empapados de la sangre de los animales y se creía que con este ritual se lograba que las mujeres fueran más fértiles.

Fiestas Lupercales, óleo sobre lienzo, 238 x 366 cm, hacia 1635. Colección Museo del Prado, Madrid.

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