Alejandro Magno es reconocido como uno de los más grandes estrategas militares de la historia. Sin embargo, durante sus campañas, se enfrentó a un desafío que no podría superar con la misma facilidad que en batallas anteriores: el asedio de Tiro.
En el año 332 a.C., Tiro era la ciudad-estado fenicia más prominente y una de las más poderosas del mundo antiguo, conocida por su fama de ser inconquistable. Con aproximadamente 40.000 habitantes, su prosperidad se debía en gran parte a su ubicación estratégica en una isla, que contaba con dos puertos fortificados y estaba protegida por una imponente muralla de 45 metros de altura. Estas características hicieron que el casi invencible Alejandro Magno tardara cerca de siete meses en conquistarla.
Después de su victoria en la batalla de Issos y mientras expandía su dominio hacia el este, Alejandro comprendió que no podría continuar su campaña contra Persia sin controlar la costa fenicia. Así, se dirigió hacia el sur, hacia la formidable ciudad de Tiro. Las ciudades cercanas, como Biblos y Sidón, rápidamente se sometieron a su autoridad, pero Tiro, el más rico e influyente de los reinos fenicios, famoso por su tinte púrpura y su próspera economía, se mantuvo firme.
Tiro, ciudad inexpugnable
La ciudad de Tiro se dividía en dos partes: la ciudad antigua en tierra firme y la ciudad nueva, una isla fortificada situada a unos 700 metros de la costa. Esta fortaleza había resistido todos los intentos de conquista previos, lo que brindaba a los tirios una gran confianza. Tras un primer contacto y la negativa de los tirios a ceder ante sus demandas, Alejandro decidió iniciar un prolongado asedio. Para ello, destruyó la parte continental de Tiro y utilizó sus escombros para construir un dique que conectara la isla con el continente, a través de un estrecho de solo 2 metros de profundidad.
Diques y torres de asalto
Consciente de la situación, Alejandro Magno ordenó a sus ingenieros que levantaran un espigón utilizando los restos de la ciudad y grandes troncos de árboles del Líbano. Con un rápido impulso en la construcción del dique, los macedonios comenzaron a acercarse a la isla, mientras que los tirios intensificaban su ataque aéreo sobre los trabajadores. Para poder seguir con su difícil tarea, Alejandro Magno ordenó la edificación de dos torres de asedio equipadas con catapultas, que atacaban sin cesar las murallas de Tiro.
Con el fin de proteger a los más vulnerables, los tirios decidieron evacuar a estas personas hacia Cartago, su antigua colonia, quedando aproximadamente 40.000 defensores en la isla. Los tirios, confiados en su invulnerabilidad, observaban con incredulidad cómo las tropas de Alejandro Magno avanzaban hacia su amada ciudad. En un acto de valentía, decidieron cargar un barco con material inflamable y dirigirlo hacia las torres de asedio. El plan resultó exitoso, y los obreros macedonios quedaron expuestos al ataque de los arqueros tirios, quienes también se acercaron en barco al espigón.
Bloqueo naval
Con el apoyo de sus aliados, Alejandro Magno estableció un bloqueo naval alrededor de la isla de Tiro, lo que obligó a la flota enemiga a refugiarse tras sus murallas, permitiendo que la construcción del dique continuara. Al llegar a la muralla, los tirios se mantuvieron firmes, pero el asedio terrestre no estaba dando resultados. Sin embargo, en la muralla sur, los barcos griegos que bombardearon la ciudad lograron abrir una brecha. Al enterarse de esto, Alejandro Magno reunió a sus mejores tropas y las envió sigilosamente por la muralla sur, mientras su ejército mantenía ocupados a los tirios en el espigón con un constante ataque aéreo.
La caída de Tiro
Una vez que las tropas macedonias lograron entrar en la ciudad, los tirios se encontraron en una situación desesperada. La batalla en el espigón había creado múltiples brechas en las murallas tirias, que Alejandro Magno aprovechó para invadir la ciudad rápidamente. Los atacantes, deseosos de venganza tras casi ocho meses de sufrimiento, desataron una verdadera masacre en la isla. Durante el asalto, se estima que 6.000 tirios perdieron la vida, y alrededor de 2.000 fueron crucificados en la playa. Alejandro Magno decidió perdonar a los civiles que se habían refugiado en el templo principal, pero los otros 30.000 fueron vendidos como esclavos. Después de su victoria, el macedonio continuó su campaña hacia el sur, con el objetivo de asegurar el rico y milenario Egipto.
El tesoro fenicio de Málaga
Para aquellos que quieran sumergirse en un viaje fascinante a la antigua ciudad de Tiro, que floreció entre los siglos VI y IV a.C., pueden visitar el Tesoro Fenicio de Málaga, la nueva exposición de la Colección Ifergan. En este espacio se pueden admirar más de 200 terracotas votivas fenicias de la ciudad de Tiro, auténticas y en excelente estado de conservación, que le ofrecerán al visitante una nueva perspectiva sobre la antigua civilización fenicia. Estas valiosas piezas permanecieron ocultas bajo el mar durante casi 2.500 años, desde el asedio de Tiro por Alejandro Magno en 332 a.C.