La cultura china ha mantenido una relación con el caballo muy particular, condicionada por sus circunstancias físicas y políticas. A lo largo de su historia se ha tenido que enfrentar a un extenso territorio, predominantemente agrícola, cuyas fronteras al noroeste eran atacadas regularmente por pueblos nómadas y experimentados en la cría y el manejo del caballo autóctono, caballos que eran muy superiores a los que crecían en China.
La defensa de sus territorios y del poder del estado, dependió durante mucho tiempo del caballo y de su adaptación al uso militar. Cuando se establece la dinastía Tang, su ejército contaba con tan sólo 5.000 caballos. Sin embargo, mediante la introducción de mejoras en los programas de cría y la importación de caballos árabes y turcos, en tan sólo unas décadas, a mediados del siglo VII, consiguió elevar la cantidad a 700.000. Luego la cantidad fue en retroceso, alcanzando los 300.000 en el año 754 d.C.
Ocasionalmente China recibía caballos como regalo de sus estados tributarios. También se compraban o se intercambiaban por otros bienes. A principios del siglo IX China debía pagar hasta cincuenta piezas de seda por caballo, una cantidad muy elevada si se tiene en cuenta que China solicitaba en ocasiones remesas de diez mil caballos.
A veces los tributos iban acompañados de peticiones para establecer alianzas, contratos matrimoniales, o favores imperiales, así como de presentes para rendir pleitesía al emperador, como muestra de gratitud o sumisión. Estas prácticas han quedado inmortalizadas en célebres pinturas, tanto de la época Tang como de épocas posteriores, que hacían gala del poder del estado chino.
Caballos de terracota
Los caballos de terracota de la dinastía Tang eran realizados en China para el uso y el bienestar de los difuntos en la otra vida. Estos animales eran símbolo de estatus social y se podían encontrar normalmente en las tumbas de los ricos y poderosos, así como en las de la familia imperial. La tradición de estos caballos se inicia en la dinastía Qin, cuando quedó abolida la necesidad de enterrar con el muerto su corcel favorito. A partir de ese momento, se empezaron a fabricar toda clase de objetos para adornar y satisfacer las necesidades del muerto.
Los alfareros realizaban toda clase de figuras, desde asistentes de la tumba hasta mujeres de la aristocracia, animales de la granja, naves, soldados, etc., pero, sin duda alguna, los que se llevaban toda la fama eran los caballos de la dinastía Tang.
Los caballos eran en aquel momento una representación de la velocidad, la fortaleza y la resistencia, y los artistas de la época, cautivados por ese simbolismo, pusieron todo de su parte para realizar los más bellos ejemplares.
Los mejores caballos de la dinastía Tang presentan un cierto movimiento, con una cara fuerte, la boca entreabierta y una poderosa musculatura. Los caballos estaban realizados a partir de varios moldes, que eran muy profundos y que como resultado final derivaba en figuras muy voluminosas. Los moldes se usaban una y otra vez y cuando las diferentes partes se reunían en una única figura, todos los detalles se añadían manualmente para diferenciar unos de otros, de forma que cada caballo adquiría una cierta individualidad.
En relación con los acabados, había de dos clases, esmaltado o pintado. Los esmaltados eran normalmente de tres colores y los mejores eran aquellos en los que aparecía el color azul cobalto. Los buenos alfareros solían aplicar el esmalte vertiendo éste desde lo alto del caballo en cantidad suficiente para que resbalase hasta el momento justo de alcanzar las pezuñas. Pero es en los caballos pintados, en los que los alfareros despliegan su lado artístico con la aplicación de finos detalles, con una decoración que fascinaba en su momento a la aristocracia.
El caballo de Fergana
El caballo de Fergana fue una de las primeras importaciones más valiosas de China, originarias de una zona de Asia Central. Estos caballos, representados en las figuras de barro de las tumbas de la dinastía Tang, también se conocen como “caballos celestiales” en China o caballo Niseano en Occidente.
Las estatuas y pinturas chinas indican que estos caballos tenían patas proporcionalmente cortas, crestas poderosas y barriles redondos. Las patas delanteras de las representaciones chinas son muy rectas, parecidas al caballo Guoxia de la China actual.
La dinastía Tang representó la cumbre de los programas de cría y cruce de caballos, importando caballos desde los estados de Asia Central de Kokand, Samarcanda, Bujara, Kish, Chack, Maimargh, Khuttal, Gandhara, Khotan, y Kirguiz, así como caballos árabes, una de las razas que más ayuda a mejorar la calidad de casi cualquier caballo que vaya a cruzarse.
La guerra de los caballos celestiales
China vivió uno de sus periodos más gloriosos con la dinastía Tang (618-907 d.C.) durante la cual se fortaleció el comercio de la seda gracias a la cual florecieron muchas ciudades. Las conquistas militares de los primeros gobernantes Tang convirtieron al caballo en un símbolo de estatus muy respetado: la caballería era esencial para consolidar el poder imperial y estaba compuesta por “caballos celestiales,” traídos de Fergana y Turkmenistán y cruzados con las razas nativas.
La Guerra de los Caballos Celestiales fue un conflicto militar librado en 104 a.C y 102 a.C entre la china de la dinastía Han y el Reino greco-bactriano conocido por los chinos como Dayuan, en el valle de Fergana en el extremo más oriental del antiguo Imperio Persa.
El emperador Wu de Han había recibido informes del diplomático Zhang Qian de que Dayuan poseía caballos Fergana rápidos y poderosos conocidos como los “caballos celestiales”, lo que ayudaría enormemente a mejorar la calidad de sus monturas de caballería cuando lucharan contra los nómadas de caballos Xiongnu, por lo que envió enviados para inspeccionar la región y establecer rutas comerciales para importar estos caballos.
Sin embargo, el rey Dayuan no solo rechazó el trato, sino que también confiscó el oro del pago e hizo que los embajadores Han fueran emboscados y asesinados en su camino a casa. Humillada y enfurecida, la corte Han envió un ejército dirigido por el general Li Guangli para someter a Dayuan, pero su primera incursión en el 104 a.C. estuvo mal organizada y con pocos suministros. Una segunda expedición, más grande y mucho mejor equipada (60.000 reclutas y 30.000 caballos), fue enviada dos años más tarde y asedió con éxito la capital de Dayuan en Alejandría Eschate, y obligó a Dayuan a rendirse incondicionalmente después de un asedio de 40 días. Temiendo una derrota inminente, los habitantes decapitaron a su rey y le presentaron la cabeza al general Han y le ofrecieron a que se llevaran todos los caballos que quisieran.